Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

lunes, 31 de diciembre de 2012

7. Una noche ideal


Una noche en el BV80 con Fernando Arrabal
Autor: Carlos Enrique Rodrigo López
Subtítulo: Una noche ideal

La jornada en la oficina había sido gris y aburrida. El día era plomizo y hacía un frío de perros. A fin de cuentas era 23 de febrero; y si te parece no iba a hacer frío en Zaragoza un 23 de febrero. No había llegado a la puerta del BV80 cuando ya había olvidado lo que había hecho hasta las tres y media. Días sin huella, pensé, entendiendo de golpe la peli de Billy Wilder que había visto la noche anterior en la filmoteca.

Me despojé de los últimos restos del día al sacudir el paraguas y me engullí en el antro. Un compañero del curro, un tanto lírico y pedantillo, entiendo que para ligarme, me había hablado del sitio: “la cultura sucede en los bares. En las calles y plazas no se permiten las sorpresas, sino a media luz y en recinto cerrado; la historia de una ciudad es la historia de sus bares y el BV80 está haciendo historia”. Sin duda era un bonito discurso para un artículo de dentro de 30 años, pero yo lo que necesitaba era otra cosa. El caso es que me picó la curiosidad, y allí estaba a las 4 de la tarde, sentada en la barra de un bar que calentaba motores, y con una fauna de lo más curiosa aguardando no sé muy bien el qué. El panorama prometía…: estaban montando un tablao flamenco y un tipo pequeño y barbudo encantado de haberse conocido estaba dando, a una chica embadurnada en polvo de arroz, instrucciones para la lectura dramatizada de una obra suya llamada El cementerio de automóviles… como si ahí cupiese una bicicleta. El tipo, corto pero no perezoso, me pidió una birra y me puso el taburete junto a otro tipo, guapo y más discreto, que era poeta, pintor y no sé cuántas cosas más, que acababa de traer unos cuadros junto a los que iba a recitar entre el sarao flamenco y la representación (perdón, lectura dramatizada) del señor bajito con gafas de John Lennon y pajarita, que no paraba de hablar y de moverse. De pronto, el señor bajito que ya en ese momento parecía tres, aparcó en medio del bar, y con una voz estupenda y engolada, silabeó paladeando cuatro versos del “divino Antonio Fernández Molina”, que sin duda, no hacía falta ser un genio para adivinarlo, era el pintor poeta de la exposición, por la cara de bochorno y pavor que me dedicó mientras se encogía de hombros:

- La ventana da al bosque de las dudas/ Los niños se meriendan una estela/ algunas musas bailan en camisa (llegados a este punto el barbudo impenitente me había cogido de la cintura junto a su fantasmagórica actriz iniciando una danza imposible)/ y deprisa el poeta va a la escuela/… Un aplauso para el poeta ausente (ya que el poeta había aprovechado, con muy buen criterio, el desconcierto para ir al baño).

Si a esto le unimos que mientras recitaba, el siempre excesivo Fer-nan-do A-rra-baal Babilonia, como así se deificaba el pollo en voz alta constantemente cual futbolista argentino, sonaba una grabación espectral de cassete de la canción Yonqui de mis adorados “Aborígenes del cemento”… pues, ya pueden imaginarse el cuadro… aquello era, aquello era… 


- Un aquelarre, una deliciosa y patafísica locura, mon chérie- gritó el irreducible Arrabal-.

- Esto es de locos- reí francamente-.

- Amiga mía, los lunáticos somos los seres más cuerdos de la creación. No encontrará a nadie en este bar que no esté haciendo lo que desea hacer. Aquí, en el alma del bar, donde yo soy el jefe de pista, mi adorable Michelle es un fantasma prepaellático, mi admirado Antonio medita cuadros que mi alocada imaginación ni alcanza a soñar, y nuestros afanosos anfitriones adecentan lo que en un rato será un endiablado aquelarre de cante y de baile jondo…

En aquel momento, transida como estaba por el alcohol y por la certera palabrería del maldito charlatán, unos tipos entraron a carajo sacado y a tiro limpio vestidos de guardias civiles dejando sin habla a la concurrencia.

Aún no recuperados del shock, Fernando me susurró al oído:

- Son los mamones de Los Grifos que nos han bajado a todos el colocón de golpe, nunca mejor dicho, ja, ja… Pero dígame mon chérie- me soltó a bocajarro poniéndose súbitamente serio-, yo al menos durante los segundos en que he creído que estaba verdaderamente ante una algarada militar he pensado: no se me ocurre mejor final que me mataran en este bar que junto a usted y haciéndole el amor a la democracia… Y usted, adorable criatura, ¿alguna vez me dirá en qué estaba pensando?- y volvió a troncharse de nuevo-.

Maldito cabrón pensé. Maldito cabrón, sigo pensando treinta y un años después…


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