Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

viernes, 4 de mayo de 2012

12. Versos trasnochados


Una noche en el BV80 con Ed Harris
Autor: Gloria Olguin
Subtítulo: Versos trasnochados

Fue en el Bar BV80 donde ví a Ed Harris por vez primera.

La música emanaba a ritmo lento, como una secreción de notas trabando el movimiento, para construir un nido en la gruta justa del acantilado donde duermen las golondrinas del deseo.


Ed se sentó en un taburete del bar y nunca varió de posición; sostenía con la yema de los dedos el cristal que refugiaba sus sueños y saboreaba en su boca la medida justa de ron, recogiendo con su lengua las gotas resbaladizas, a un ritmo sincopado, como la música de banjo de los esclavos, que se escuchaba en las tabernas del Medio Oeste.

Su presencia allí era toda una ceremonia, daba la impresión de sentirse el mejor macho de esa noche, convenciéndonos de ello a todas y cada una de las embobadas, con sensuales gestos e indiferencia.

Luego, en delicadas servilletas que me acompañaban en la mesa, con versos cartilaginosos procedentes del rincón casto y agregándole un estilo cuyo centro fluía desde la cima de mis senos; obtuve la prosa más agradable e indescriptible, si bien mi sabor de mujer aún no se posaba en sus labios.

Mientras, en el ambiente fluían graves notas de contraste armónico.

Los ojos de Ed se posaron en mí, levantó la copa con la mano derecha a la altura de mis senos, colocando el dedo pulgar en el borde, mientras los dedos anular y del corazón tamborileaban en el cristal.

Me acerqué hasta la barra y pedí un licor fuerte; por el calor que descendía hasta mi estómago, más parecía un explosivo.

Me senté en un taburete del bar, mis piernas bien dispuestas a lo alto del taburete le ofrecían un paraje tan bello que su mera contemplación estimulaba mis versos.

Elegante y seductora, coloqué mi mano izquierda en mi cabeza, al tiempo que mis dedos diestros hurgaban entre los escondidos poemas de mi último libro.

Cuando la exuberancia de mi prosa traspasaba más allá de la delicadeza de una improvisación, Ed acercaba la copa de ron a su boca, apoyando el borde en su labio inferior mientras se iba introduciendo el licor con un sensual movimiento de su lengua que difícilmente me permitía ejecutar mis letras.

Era el momento preciso de insinuarle compartir la noche, pero debía continuar escribiendo, en desconcertante expectación, mientras los parroquianos deleitaban el paladar con whisky, ron o tabaco.

Toda su virilidad era imaginable entre mis versos, al tiempo que en rededor resonaban los últimos sones de la música ... un par de mujeres charlaba sobre la programación de teatro de esa semana ... el tabernero repartía palmotadas a voleo a los últimos clientes y ... cuando el éxtasis tocaba la última nota ... Ed se alejó del bar con un simple “¡Hasta siempre!”.

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