Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

lunes, 16 de abril de 2012

6. Confidencias


Una noche en el BV80 con Ed Harris
Autor: Mipuko
Subtítulo: Confidencias

¿Que? ¿Qué si conozco a Ed Harris? ¿Como no le voy a conocer! Nos conocimos… Recuerdo fue aquella noche, una noche de perros, una noche de cierzo, una noche sin luna, una noche terrible para mí.

Había estado trabajando más horas que de costumbre y salí tarde del curro. Si. ¡Menudo día había sido! Los pedidos atrasados y los clientes iracundos llamaban una y otra vez, exigiendo, gritando y retrasando aun más sus dichosos pedidos. El jefe dormido de costumbre y aquel día dando órdenes cómo un negrero… Bueno, para qué contarte. Un día de esos en qué las cosas no salen todo lo bien que quisieras y quizás mucho peor qué en tus peores pesadillas.


Todo esto para decir que llegué tarde a casa, nervioso, agotado. Nada más entrar me di cuenta que pasaba algo inusual. Quizás me alertara el silencio o el papelito, encima de la mesa, con un texto manuscrito, aun no lo sé. Lo qué si sé es que, al leerlo, se me hizo añicos el corazón. Con esa escritura tan recta y tan cuadrada qué era la suya, Melina había escrito: "Lo siento pero no estamos hechos el uno para el otro. He encontrado otro hombre con quién vuelvo a Corfú, a mis acantilados, para siempre. No me busques. Te quise, pero…" y abajo lucía la firma de mi diosa griega.

Como me dejó la boca seca, abrí la nevera pero no había cerveza, sólo contenía recuerdos. En el mueble bar cacé la botella de Martini, de costumbre a mitad llena pero, aquel día, a mitad vacía y… ¡un vaso! Estaba rumiando mi vida, mis errores… ¡otro vaso! Mis fallos con Melina… ¡otro más! Pero ella también… ¡otro! Y no me dijo nada… ¡y ya no quedaba Martini! Cogí ese buen Centenario Terry qué Melina guardaba para dar un toque artístico a sus guisos y empecé a tratar a la botella de tu a tu, dándole un largo beso tras otro y pidiéndole las explicaciones qué, tozuda, no me quería dar. A cierta hora llegué a llamarla Melina y la conversación subió de tono. Andaba yo ligeramente, digamos, conmovido por el alcohol y, la fuga de Melina empezaba a ser más llevadera cuando me quedé sin carburante. Mi decisión fue heroica: la fuga. Beber para olvidar, o eso dicen. Me enfundé en mi abrigo, me puse la bufanda y con el paso incierto de un ciego sin perro guía ni bastón blanco me lancé a recorrer el mundo en busca de un rincón para acabar de embriagarme y, por esta noche, dejar atrás el dolor.

Ya era tarde y erré por las calles, sin rumbo. Había perdido mi norte, mi estrella polar, mi faro en la niebla, mi… ¿A qué tanto cuento? En fin de cuentas ¡me había puesto los cuernos! ¡Si! A traición, mi Melina… El cierzo cortaba el cutis de sus mil afiladas garras y el gélido aire penetraba bajo el abrigo y el jersey helándome. Así que penetré en el primer garito que encontré abierto a esas horas. Había un ruido infernal pero no me molestaba ya. Un grupo de rock llamado "Hermafroditas transexuales" cuyo nombre recordaré toda mi vida, gritaba cosas qué no comprendía.

Me senté en la única mesa libre y el camarero vino, pasó un trapo húmedo, una bayeta o lo qué fuera aquella cosa gris, por la mesa y tras haber anotado mi consumición hizo un vaivén mesa-barra-mesa a una velocidad de vértigo. Y bebí un vaso y dos y, al tercero, con la vista ya bastante nublada, empecé a hablar con el tío rubio pegadito contra la pared en la mesa de al lado. No era mal caballo, el hombre: me dejo hablar todo lo que quise. Él, delicado y discreto, no decía nada, sólo una chispa en sus ojos denotaba qué me comprendía, que me compadecía. A la cuarta copa, sólo iba por nuestro encuentro en Corfú, el los acantilados de la puerta de los Dioses. A la quinta, ya estaba en cómo me la traje aquí, nuestro apartamento… su música preferida… Y él, con esa mirada glacial, pero humana, parecía bendecir mis palabras. A la séptima copa, iba ya contándole la lencería de Melina, la qué se ponía por qué me ponía… ¡Uy! Qué complicado eso de "se ponía, me ponía". ¡Dios! Al pronunciar aquellas palabras sentí como una confusión, me pareció que algo empezaba a ir mal dentro de mí y me largué corriendo al servicio donde… ¡devolví al mundo parte del alcohol ingerido!

Cuando salí de aquel maloliente reducto, fui a la barra a pedir tres cafés qué, una vez absorbidos, me devolvieron la vergüenza con un poco de la lucidez, no mucha, qué recobré. ¡Jolines! ¡Vaya cogorza! Ya me sentía mejor y pensé que quizás fuera de buena educación excusarse ante el caballero a quien había dado la barrila toda la noche, vertiendo en su oído unas confidencias qué sólo se hacen a los amigos. Me di la vuelta y en el lugar donde estaba el caballero no había nadie, sólo uno de los muchos carteles de cine que ornaban el bar. Me giré hacia el camarero y le pregunté:

- Oye, ¿ya se ha ido el señor qué estaba sentado a mi lado?

- ¿Me tomas el pelo o qué?

- No. Toda la noche he estado hablando con un hombre que se parece al del poster.

- Mira mozo, cuando llegaste, ibas más cargado qué un órgano de Stalin. En veinte años de barra uno aprende más psicología qué en la universidad y he aprendido a reconocer el mal de amor así que te dejé sentar en ese rincón y te serví lo qué pedías. Cuando te has puesto a hablar con el poster de Ed Harris en Borderline donde también actuaba Charles Bronson, te dejé con tu cogorza y hasta ahora sólo has hablado conmigo y con un poster de cine.

Y así fue aquella noche de perros, con un cierzo que te despellejaba la piel y el alma. Aquella noche que acabó con un dolor de cabeza de los qué hacen historia. Aquella noche en qué empecé a vivir sin Melina y a vivir a secas. Aquella noche donde conté toda mi vida a un desconocido.

Y tú, tú, me preguntas si conozco a Ed Harris. ¡Hombre! ¿Cómo no voy a conocerle? Si le estuve haciendo confidencias toda una noche. Tú dirás.

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