Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

lunes, 14 de mayo de 2012

19. El héroe del asfalto


Una noche en el BV80 con Ed Harris
Autor: Isabel
Subtítulo: El héroe del asfalto

Una vez más, el cruel espejo me devolvía el reflejo de un cuerpo sin pechos, demasiado flaco y canijo. Mi madre llevaba diciéndome tres años que no me preocupase porque ya me saldrían las tetas; pero por mucho que ella insistía las tetas no me salían y seguía teniendo una figura sin culo ni caderas. Asumiendo mi condición de adefesio, incapaz de atraer a ningún chico que mereciera la pena, me había vuelto una compulsa lectora y una experta soñadora.

Estaba más colgada que un chorizo por un compañero de la facultad de ojos claros que tenía la virtud de hacer poesía cada vez que movía los labios. Me acerqué al corro formado a su alrededor, aquella mañana de primavera en el Campus, al que explicaba con detalle como el fin de semana iba a actuar con su grupo en un garito llamado BV80. Me miró. Sí a mí. Directamente a los ojos y me dio una tarjeta en la que aparecía la foto de su grupo y por detrás el plano del lugar donde sería la actuación. Casi me desmayo cuando sentí el roce de su mano sobre la mía al darme la cartulina.

–¿Vendrás? – asentí con la cabeza sin dudarlo, aferrándome al trozo de cartón que aplasté contra mi pecho plano. Fue todo el contacto que tuvimos; pero yo quedé prendada de él para el resto de mi vida.

No tenía ni idea de cómo iba a conseguir convencer a mi padre para que me dejase abandonar por una noche el nido. Al final urdí un complicado plan de estudios compartidos y planes de trabajo que coló en mi padre; pero no en mi madre que me soltó mil pesetas y me dijo que tuviera cuidado. Toda la tarde me estuve probando atuendos que resaltasen mi figura; pero sin duda a mi figura le faltaban curvas y no había forma de que fuera resaltada, por lo que opté, como siempre, por unos de esos trajes con maxifalda a lo hippy que todo lo tapan.

Con la cara pintada a lo puta me fui más contenta que unas pascuas en busca de la calle palomar donde indicaba el plano que estaba el lugar. Fue entonces al llegar a la Magdalena cuando tres gitanos se cruzaron en mi camino.

–¿Ande va? – me dijo el más bajo. A mí me temblaron las canillas. Traté de avanzar sin contestar; pero los otros dos me cerraron el paso. – Er borso. – insistió.

–¿Te gusta? Me lo regaló una amiga; pero no vale mucho. – me aferré a él de forma instintiva.

–¡Qué me dé er puto borso, paya mierda! – se enfadó - ¡Coñio!¡Anda que no er fea la paya efta!. – Se burlaron. A mí me dolieron sus palabras.

Estaba a punto de claudicar cuando sonó un estruendo en la calle. Una moto de alta cilindrada avanzaba hacía nuestra posición. Paró junto a nosotros. Para sorpresa de todos, el conductor ataviado con armadura, yelmo y celada descabalgó.

–¿Cómo tres rufianes de tan baja alcurnia como vosotros, osan molestar a tan excelsa dama? – sonó metálica la voz, con acento yankee, la de aquel hombre que escondía su rostro.

Fue el más alto el que sacando su navaja le lanzó una puñalada al guerrero motorizado. Mas, se chafó la hoja en la armadura, recibiendo un mandoble potente de aquél con su maza de pinchos. Tras el primer golpe soltó un bramido colosal que hizo poner pies en polvorosa a los otros dos. A gatas salió el último de los tres tras recuperarse mínimamente del porrazo recibido.

–Permitidme mi señora que le acompañe hasta su destino. – me tendió la mano y me invitó a montar a la grupa de su moto.

Con el viento acariciando mi rostro, bien sujeta a la cintura del valiente caballero, recorrimos las calles hasta la puerta del local donde iba a actuar mi amigo. Al descabalgar y quitarse el yelmo que lo cubría pude por fin ver su cara que me resultó muy conocida. ¡Joder si es Ed Harris, pensé! Y debieron pensarlo todos los demás que estaban en la puerta para entrar porque se organizó una improvisada melé entorno a nosotros. Sin saber cómo, fueron uniéndose más y más gente al grupo, incluidos periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión.

–¿Es usted su novia o sólo están promocionando la película? – alguien me metió un micrófono en la boca. Sonreí.

Fueron momentos de agobio muy agobiantes. De repente vi al muchacho de ojos claros que me miraba con sorpresa. Envalentonada por la adrenalina me fui para él y le solté un beso en los morros con lengua y magreo.

–Isabel. Niña. Despierta que vas a hacer tarde a la universidad. – me jodió mi madre el sueño justo cuando estábamos a punto de consumar.

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