Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

miércoles, 24 de abril de 2013

8. ¡Déjeme tranquila, jovencito!


Una noche en el BV80 con Chavela Vargas
Autor: Ramón Gutiérrez Seoane
Subtítulo: ¡Déjeme tranquila, jovencito!

Solía pasar por el BV80 a veces, al volver a casa por la noche, cuando el panorama de una casa vacía resultaba más desalentador que la certeza de embriagarse. Vivía solo, en un piso pequeño, oscuro y, a veces, maloliente debido a sus deficientes cañerías, más viejas de lo recomendable, como el resto del edificio. No parecía extraño, pues, que el viejo bar ofreciera mejor compañía que su casa. Y eso aun cuando no tenía por costumbre hablar con nadie y mucho menos acercarse a las mujeres que hubiera por allí.

Vivía en Zaragoza pero no sabía exactamente por qué. Nacido en un pequeño pueblo de la sierra, en la provincia de Soria, había logrado juntar el arrojo suficiente para ir a estudiar a la gran ciudad y, después, el empeño preciso para encontrar un trabajo decente, que le permitiera al menos sobrevivir. Era algo provisional, por supuesto. Un día ahorraría suficiente para tener su propio despacho o bien recibiría una contestación afirmativa a las numerosas solicitudes de trabajo que enviaba a las grandes empresas de Madrid, Barcelona o Bilbao. Un abogado siempre debía aspirar a más, cada caso debía vivirse como el primero y pelearse como el último, decía. Y mientras pensaba así, transcurrían las semanas, se iban los meses y pasaban los años sin que su situación, ni en lo personal ni en lo laboral, mejorara un ápice. Así había llegado a la cuarentena y la madurez lo sorprendió tanto en su llegada como la juventud en su huida. Día a día sus perspectivas se estrechaban, sus ilusiones se acortaban y sus posibilidades menguaban hasta convertirse en el raquítico presente en el que vivía ahora.

Esa noche entró y saludó, como siempre, en silencio, con un simple gesto de la mano. Pidió una cerveza y se sentó en una de las mesas. Sobre el escenario, en silencio entonces, había un par de micrófonos, colocados sobre sus soportes, y una batería, además del equipo de sonido, igualmente silencioso. No más de tres personas se encontraban en el local.

Reparó en una mujer de cierta edad, con el pelo blanco, que parecía estar dialogando con un vasito pequeño que sostenía en la mano. Contra su costumbre, se levantó de la silla y se acercó a su mesa. Ella no levantó la vista de su vaso ni siquiera al escuchar su saludo. —¿Puedo sentarme aquí? —preguntó después de presentarse. Ella no se movió y él lo tomó como respuesta afirmativa.

—¡Ay, jovencito! ¿Se puede saber quién demonios le dio permiso? ¡Ya déjeme tranquila, muchachito!

—Discúlpeme, señora. Como no dijo nada…—se disculpó—. Usted es…

—¡Señora! ¡Ja! Tiene gracia —dijo la mujer, como si le hablara al aire—. ¡Vieja borracha, dirá usted, más bien! ¡Y que no pueda conseguir un reposado decente en este lugar! —se quejó—. ¿Es que no saben ustedes qué es un buen tequila? —voceó. Después tornó a mirar a su vaso.

—Usted es Chavela Vargas. Usted canta. Yo la vi una vez, en Madrid. ¿Qué hace usted en Zaragoza, si le puedo preguntar?

—¡Ay, chamaquito impertinente! Pregunta usted demasiado para ser tan joven, ¿no cree? ―repuso con fastidio. Luego prosiguió—. ¿Que qué hago? Desperdiciar mi vida esperando que algo suceda, jovencito. —Lo miró fijamente—. ¡Igual que usted! Pero yo al menos bebo algo decente y no ese brebaje que tiene usted (y todos en este bar) la desfachatez de llamar whisky.

—Tal vez me permita invitarla a un tequila como es debido. Y yo compartiré uno con usted también —propuso amablemente.

—Jovencito —dijo, volviendo a observar el fondo de su vaso—. Es más que obvio que soy demasiado vieja para usted. Y este no es un bar para ligar. Es un bar para esperar que pase la vida, para esperar que sucedan las cosas que nunca suceden. Ya hace mucho tiempo que ninguna de mis noches es noche de boda y, por desgracia, ninguna de mis lunas es tampoco luna de miel.

—Su conversación es interesante en extremo, señora. Permita que la invite —insistió.

—¡Ay, carajo! No sea usted cansino, insoportable chavito. Beber tequila es mucho más que un camino para emborracharse. Es un estilo de vida. Y le aseguro que usted no quiere vivirlo. Y de todas formas le falta a usted un “chorro” de experiencia para hacerlo como se debe. ¡Pinche escuincle molesto!

—Señora, no creo que sea correcto por su parte… —comenzó a decir.

—Y dele con lo de señora. ¡Que no soy una señora! —exclamó—. Joven, le voy a dar un consejo. Olvide que me vio, olvide que hablamos, olvide esta rutina estúpida en la que ya veo que se ha instalado. Viva su vida, juéguese algo. Es mucho mejor perder que no tener ni siquiera la posibilidad de hacerlo. Créame. Se lo digo por experiencia. Naufrague. Falle. Equivóquese. Y hágalo a lo grande, “chingao”. ¡A lo grande! ¿Me oyó?

—Sí, sí, claro. Por supuesto —le contestó, desorientado por el exabrupto.

—Y ahora, ¡déjeme tranquila, jovencito! Quiero terminar de tomar mi tequila en paz. No se imagina usted lo que se encuentra en el fondo de los vasos. Tal vez si supiera beber —suspiró.

Al día siguiente, el joven llamó a la oficina y dijo que no podría ir a trabajar. Adujo que no se encontraba bien. Tomó un autobús y se fue a Barcelona. Allí visitó el consulado mexicano y se informó de los trámites necesarios para emigrar. Por la noche, en su piso, examinaba los papeles y requisitos. No era tarde para empezar una nueva vida.

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