Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

sábado, 10 de marzo de 2012

1. Desconectar


Una noche en el BV80 con Ed Harris
Autor: Fernando Gracia Ortuño [Barcelona-España]
Subtítulo: Desconectar


Ed se ha acercado a la mesa para ver lo que pasaba. No estábamos peleando. Simplemente discutíamos animadamente acerca de lo ocurrido en el trabajo por la mañana. Su talante callado y frío se muestra tan escéptico y calculador que intimida. Recuerda a un francotirador alemán de una película que vi hace años, y por eso no me da buena espina verlo aquí en estos momentos.

Pero tiene algo en su mirada que luego tranquiliza. No sé, tal vez su forma de gesticular influye también, tan parca como sus palabras. A veces los de seguridad tienen algo de bravucones que los descalifica al momento, en un segundo nada más. Nosotros dos estábamos hablando de la empresa, le digo para evadir la situación. Esto es algo que no podemos exponer ante él para explicarnos. Ahora es demasiado tarde. La música sigue zumbando. Ed nos mira y sonríe levemente antes de marcharse. Me parece que lo que le he explicado le importa un pimiento, si es que se ha dignado en entenderlo. Su mirada es inescrutable. No dice nada más. Se ha largado. Lo hace con un gesto premonitorio tan característico, como diciendo: “Hasta la próxima, gachones, que lo sé que habrá una”.

Luego le digo a mi compañero, que mejor no discutamos en este bar. Al instante se levanta y aprovecha para irse al lavabo. Esperaremos un poco más a que se anime la noche, me digo. Es el BV80 y estoy harto de tanto gritar para sobreponerme al sonido de la música. Las cuerdas vocales necesitan un buen trago. Me pido otro cubata y sin querer me abismo en la música que me gusta, en ese pozo de siempre de mis pensamientos, como hago cuando algo importante me preocupa. Esa mirada involuntariamente feroz del tipo éste, el Ed, aparece primero, y luego toda la bronca en el trabajo desfila ante mí segundo a segundo, con una memoria del detalle que ya quisiera para sí muchos historiadores. Me siento impotente de no haber podido convencer a mi compañero, y el cabrón me hay traicionado frente al jefe, con toda la desfachatez del universo. Es un hijo de la grandísima. Me pregunto qué habría hecho Ed en esa misma situación. Se lo hubiera fundido, seguro, delante del jefe lo hubiera machacado, lo hubiera reducido a la nada. Pero yo, que soy además un calzonazos en la casa, no puedo ni siquiera regir mi vida laboral decentemente. Todo el mundo me toma el pelo, ser ríe de mí hasta el apuntador y el novato de turno recién llegado a la fábrica me toma el pelo, como se chancea uno del aprendiz que no sabe nada todavía y ya se ha fijado en tu inseguridad. Pero Ed seguramente hubiera sabido reaccionar bien, hubiera plantado cara y luchado como un león para dejar las cosas en su sitio. No, claro, no se hubieran salido con la suya el jefe y este individuo. Junto con los demás compañeros, ahora quieren convencerme de que deje las cosas como están en la fábrica, y que cada cual contemple la guerra según le va. Pero no es tan fácil una cosa así. Ha llegado demasiado lejos.  La música sigue sonando, pero todavía no me consuela ni un ápice. Estoy contrariado, y el recuerdo de Ed se remonta a mi infancia. Traído por las brumas del pasado, aparece el padre de mi amigo de pronto en la memoria, con su halo de leyenda metálica. Ed comparte con él los mismos rasgos. Representa la personalidad acendrada, hermética y severa del que nada teme. Con su solemne carácter contenido, recuerdo lo que mi mejor amigo me contaba de su padre, las hazañas dirimidas con el camión, las hostias con la gente en discusiones de tráfico legendarias donde siempre ganaba él, y esa chocante sensación de su sola mirada intrépida, analizando el escenario concreto antes de actuar, como una fiera que calcula la distancia que le separa de su presa y el punto exacto para desplegar el ataque.

Estoy convencido que Ed nunca se hubiera dejado torear de esa manera, me digo mientras llega mi compañero con un cubata en la mano, sonriendo victorioso porque ha visto unas titis bailando con miradas tentadoras en la pista de baile. Tengo que aprender a desconectar del trabajo, me vuelvo a decir por enésima vez. Lo que ha pasado es una tontería, me repito. Me levanto sin decir palabra y me dirijo a la pista. Quiero ser como tú, Ed, atraerlas como imán igual que haces tú, brillar implacablemente así cual tú haces, sin darte cuenta… Sí, amigo, voy a ensayar esa mirada intrépida frente a una de estas bellezas danzantes, y después al fin podré desconectar de una puñetera vez de todo el infierno que me ahoga. Ahora tengo que ser francotirador, Ed. Sí, claro, no hay más remedio… Y localizar inmediatamente a la más potente de entre todas las titis que ahora bailan como diosas terrenales sobre la pista de color. Si no nunca podré desconectar.

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