Una noche en el BV80 con Ed Harris
Autor: Fernando Gracia Ortuño [Barcelona-España]
Subtítulo: Desconectar
Ed
se ha acercado a la mesa para ver lo que pasaba. No estábamos peleando.
Simplemente discutíamos animadamente acerca de lo ocurrido en el
trabajo por la mañana. Su talante callado y frío se muestra tan
escéptico y calculador que intimida. Recuerda a un francotirador alemán
de una película que vi hace años, y por eso no me da buena espina verlo
aquí en estos momentos.
Pero tiene algo en su mirada que luego tranquiliza. No sé, tal vez su forma de gesticular influye también, tan parca como sus palabras. A veces los de seguridad tienen algo de bravucones que los descalifica al momento, en un segundo nada más. Nosotros dos estábamos hablando de la empresa, le digo para evadir la situación. Esto es algo que no podemos exponer ante él para explicarnos. Ahora es demasiado tarde. La música sigue zumbando. Ed nos mira y sonríe levemente antes de marcharse. Me parece que lo que le he explicado le importa un pimiento, si es que se ha dignado en entenderlo. Su mirada es inescrutable. No dice nada más. Se ha largado. Lo hace con un gesto premonitorio tan característico, como diciendo: “Hasta la próxima, gachones, que lo sé que habrá una”.
Pero tiene algo en su mirada que luego tranquiliza. No sé, tal vez su forma de gesticular influye también, tan parca como sus palabras. A veces los de seguridad tienen algo de bravucones que los descalifica al momento, en un segundo nada más. Nosotros dos estábamos hablando de la empresa, le digo para evadir la situación. Esto es algo que no podemos exponer ante él para explicarnos. Ahora es demasiado tarde. La música sigue zumbando. Ed nos mira y sonríe levemente antes de marcharse. Me parece que lo que le he explicado le importa un pimiento, si es que se ha dignado en entenderlo. Su mirada es inescrutable. No dice nada más. Se ha largado. Lo hace con un gesto premonitorio tan característico, como diciendo: “Hasta la próxima, gachones, que lo sé que habrá una”.
Luego
le digo a mi compañero, que mejor no discutamos en este bar. Al
instante se levanta y aprovecha para irse al lavabo. Esperaremos un poco
más a que se anime la noche, me digo. Es el BV80 y estoy harto de tanto
gritar para sobreponerme al sonido de la música. Las cuerdas vocales
necesitan un buen trago. Me pido otro cubata y sin querer me abismo en
la música que me gusta, en ese pozo de siempre de mis pensamientos, como
hago cuando algo importante me preocupa. Esa mirada involuntariamente
feroz del tipo éste, el Ed, aparece primero, y luego toda la bronca en
el trabajo desfila ante mí segundo a segundo, con una memoria del
detalle que ya quisiera para sí muchos historiadores. Me siento
impotente de no haber podido convencer a mi compañero, y el cabrón me
hay traicionado frente al jefe, con toda la desfachatez del universo. Es
un hijo de la grandísima. Me pregunto qué habría hecho Ed en esa misma
situación. Se lo hubiera fundido, seguro, delante del jefe lo hubiera
machacado, lo hubiera reducido a la nada. Pero yo, que soy además un
calzonazos en la casa, no puedo ni siquiera regir mi vida laboral
decentemente. Todo el mundo me toma el pelo, ser ríe de mí hasta el
apuntador y el novato de turno recién llegado a la fábrica me toma el
pelo, como se chancea uno del aprendiz que no sabe nada todavía y ya se
ha fijado en tu inseguridad. Pero Ed seguramente hubiera sabido
reaccionar bien, hubiera plantado cara y luchado como un león para dejar
las cosas en su sitio. No, claro, no se hubieran salido con la suya el
jefe y este individuo. Junto con los demás compañeros, ahora quieren
convencerme de que deje las cosas como están en la fábrica, y que cada
cual contemple la guerra según le va. Pero no es tan fácil una cosa así.
Ha llegado demasiado lejos. La música sigue sonando, pero todavía no
me consuela ni un ápice. Estoy contrariado, y el recuerdo de Ed se
remonta a mi infancia. Traído por las brumas del pasado, aparece el
padre de mi amigo de pronto en la memoria, con su halo de leyenda
metálica. Ed comparte con él los mismos rasgos. Representa la
personalidad acendrada, hermética y severa del que nada teme. Con su
solemne carácter contenido, recuerdo lo que mi mejor amigo me contaba de
su padre, las hazañas dirimidas con el camión, las hostias con la gente
en discusiones de tráfico legendarias donde siempre ganaba él, y esa
chocante sensación de su sola mirada intrépida, analizando el escenario
concreto antes de actuar, como una fiera que calcula la distancia que le
separa de su presa y el punto exacto para desplegar el ataque.
Estoy
convencido que Ed nunca se hubiera dejado torear de esa manera, me digo
mientras llega mi compañero con un cubata en la mano, sonriendo
victorioso porque ha visto unas titis bailando con miradas tentadoras en
la pista de baile. Tengo que aprender a desconectar del trabajo, me
vuelvo a decir por enésima vez. Lo que ha pasado es una tontería, me
repito. Me levanto sin decir palabra y me dirijo a la pista. Quiero ser
como tú, Ed, atraerlas como imán igual que haces tú, brillar
implacablemente así cual tú haces, sin darte cuenta… Sí, amigo, voy a
ensayar esa mirada intrépida frente a una de estas bellezas danzantes, y
después al fin podré desconectar de una puñetera vez de todo el
infierno que me ahoga. Ahora tengo que ser francotirador, Ed. Sí, claro,
no hay más remedio… Y localizar inmediatamente a la más potente de
entre todas las titis que ahora bailan como diosas terrenales sobre la
pista de color. Si no nunca podré desconectar.
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